Por Manuel Antonio Mora García. Meteorólogo del Estado. Delegación Territorial de AEMET en Castilla y León.
Uno de los primeros capítulos de esta serie de artículos dedicados a la meteorología en el Museo del Prado, se dedica en exclusiva a analizar las obras pictóricas que incluyen el arcoíris, quizás el fotometeoro visualmente más espectacular. Sin embargo, esta extraordinaria pinacoteca incluye otras obras con fotometeoros, como los rayos crepusculares o simplemente bellas estampas de atardeceres, donde la luz tiñe de color los cielos y las nubes.
Los rayos crepusculares se definen como el conjunto de bandas azuladas oscuras alternando con haces de rayos solares, como resultado de las sombras que proyectan las nubes próximas al horizonte durante el amanecer o el atardecer, aunque su uso se ha generalizado y se considera cualquier momento del día. Incluso popularmente se designan rayos crepusculares a cualquier haz de rayos que se distingue al atravesar los pequeños huecos de las nubes, aunque obviamente difiere del término técnico.
Las sombras se dirigen hacia arriba, ya que el sol está muy bajo en el horizonte y por debajo de la nube o accidente geográfico que las origina, como podemos apreciar en esta obra de David Roberts.
Sin embargo, en esta obra de Flora López Castrillo, alumna y compañera de Muñoz Degraín, más bien parecen rayos solares filtrados entre las nubes, por lo que no pueden ser considerados estrictamente como rayos crepusculares de acuerdo a la definición técnica.
De igual forma, estos rayos pintados por Carlos de Haes en este paisaje aragonés, filtrados entre las nubes, tampoco son estrictamente rayos crepusculares.
En esta obra de Snyders, aparentemente se observan rayos crepusculares, quizás producidos por montañas lejanas o nubes de desarrollo vertical, detrás del montículo con vegetación que aparece en primer término. Curiosamente la liebre proyecta su sombra en sentido contrario a la posición del Sol.
Lo mismo sucede con los rayos representados en esta marina de autor anónimo.
En esta obra de Juan Luna, de carácter alegórico, por el contrario, sí podrían considerarse técnicamente rayos crepusculares, aunque el sol aparece demasiado translúcido tras la capa de nubes.

España llevando a la gloria a Filipinas. Juan Luna y Novicio. 1888. Óleo sobre lienzo, 442 x 167 cm.
En el capítulo dedicado a los litometeoros, analizamos algunas obras en las que la luz crepuscular interaccionaba con pequeñas partículas, originando coloraciones púrpuras (luz crepuscular púrpura), amarillentas o anaranjadas, aunque la simple dispersión selectiva de la radiación solar de acuerdo a su longitud de onda (dispersión de Rayleigh) al atravesar la gran capa atmosférica, debido a la inclinación de los rayos solares en los atardeceres y amaneceres, da lugar a espectaculares coloraciones del cielo y de las nubes, conocidas como “candilazos”. Según esta teoría los colores azules son muy dispersados y la luz resultante que ilumina el cielo y las nubes adquiere tonalidades rosáceas, anaranjadas o amarillentas.

Atardeceres rojizos. Fotos Rubén del Campo.
En esta “Piedad” de Fernando Gallego, del siglo XV, el resplandor rojizo sobre el horizonte se podría considerar como luz crespuscular.

La Piedad. Fernando Gallego. 1465 – 1470. Técnica mixta sobre tabla de madera de pino, 118 x 111 cm.
En esta copia de Tiziano, de autor anónimo, se aprecia un espectacular candilazo.
Los grandes paisajistas del siglo XIX acostumbraban a pintar atardeceres de gran belleza y colorido, como vemos en las siguientes obras.
La característica luz rojiza del atardecer es muy apreciada por los fotógrafos y también por los pintores, como en este autorretrato de Carlos Verger, pintor español nacido en París, que posa junto a su hijo descansando durante una jornada de caza.
Esos rayos rojizos iluminan también estas dos escenas:
En la próxima entrega seguiremos analizando obras que se distinguen por el singular colorido de sus celajes.
La meteorología en el Museo del Prado. IX. Otros fotometeoros. Segunda parte.