Por Manuel PALOMARES CALDERÓN, Área de Relaciones Internacionales de AEMET y Alejandro MÉNDEZ FRADES, Oficina de Programa de Cielo Único de AEMET. Colaboración extraída del Calendario Meteorológico 2021

RESUMEN: En 1920, el Servicio Meteorológico Español (actual AEMET) estaba experimentando desde hacía una década una etapa de acelerado desarrollo gracias a la incansable labor de su director José Galbis. El proceso culminó con la aprobación de un nuevo reglamento por el que se regía su funcionamiento, además de contemplar su implantación territorial a lo largo de toda España en nuevos observatorios y centros regionales, acción que sería fútil si no se dotaban de personal propio. Para ello, se convocaron a oposición 23 plazas de Auxiliares de Meteorología. Varios de los ingresados en aquella oposición se convirtieron con los años en figuras destacadas de la meteorología española, alcanzando renombre internacional en algunos casos. Este año se cumple el centenario de esta promoción excepcional, la denominada generación del 21.
ANTECEDENTES
Hacia 1921, el entonces Servicio Meteorológico Español (SME) había alcanzado 43 años de existencia y 38 de actividad operativa. Su última década fue realmente prodigiosa habida cuenta de los importantes avances cosechados bajo el mandato de un director activo y muy sensible a los apremios y necesidades específicas que precisaban los servicios meteorológicos modernos para su desarrollo: José Galbis Rodríguez (1868-1952). A lo largo de esos años y casi al mismo tiempo, completó varios proyectos de gran envergadura, entre los que destacan la puesta en marcha de la red de colaboradores climatológicos (1912), que pronto integró a más de mil voluntarios, la creación del Cuerpo de Meteorólogos y Auxiliares de Meteorología (1913), el inicio de las observaciones de la atmósfera superior (1913), la sensible ampliación de las instalaciones que albergaban el Observatorio Central del Retiro en Madrid (1914) y la fundación del Observatorio de Izaña en Tenerife (1916). Todo ello fue posible gracias a su tenacidad y a la buena sintonía con su superior jerárquico más inmediato, José Elola Gutiérrez, director del Instituto Geográfico y Catastral, ingeniero geógrafo militar como Galbis, prolífico escritor y uno de los pioneros en cultivar el género de ciencia ficción en España.

Antes de 1920, Galbis había comprendido que no se podía seguir dependiendo de los observatorios gestionados por catedráticos de universidades o de institutos a cambio de una modesta gratificación, y de una red de colaboradores voluntarios que únicamente realizaban medidas de precipitación y, en algunos casos, de temperatura con propósitos climatológicos. El Observatorio Central Meteorológico requería una implantación territorial efectiva por todo el país, para lo cual debía de contar con personal propio debidamente cualificado[1]. Hasta entonces sus dos únicas dependencias propias eran El Retiro e Izaña.
Este propósito quedó reflejado en el nuevo reglamento, sancionado por Real Decreto del 5 de julio de 1920. Así, en su preámbulo se mencionaba: «el aumento de dos a trece centros de observación, que no solamente van a tener importancia en este último aspecto, sino en el de predicción del tiempo utilizable para fines agrícolas y seguridad de la navegación». Por su parte, el Artículo 1.º estipulaba que «el servicio meteorológico comprenderá cuanto se relacione con el cultivo de la meteorología en todos sus aspectos y aplicaciones»[2]. En consecuencia y aunque no se especificaba explícitamente, el organismo pasó a denominarse Servicio Meteorológico Español. Hasta entonces se había llamado Instituto Central Meteorológico (1888-1910) y Observatorio Central Meteorológico (1910-1920). Este detalle reflejaba un cambio de paradigma en lo que a su funcionamiento se refiere. Por instituto u observatorio se insinuaba un carácter científico-técnico centrado únicamente en la observación y elaboración de estudios climatológicos. En cambio, por servicio hacía énfasis en la idiosincrasia práctica de sus actividades, que estaban orientadas a multitud de usuarios: la aviación, la marina, el Ejército, las confederaciones hidrográficas, etc.
Faltaba un detalle importante. Ese propósito de crear una estructura periférica solvente no se podía llevar a cabo sin suficiente personal. Así, el 24 de septiembre de 1920, la Gaceta de Madrid publicó una Real Orden en la que se convocaban a oposición libre 23 plazas de auxiliares en el Cuerpo de Meteorólogos y Auxiliares de Meteorología, cifra netamente superior a la del personal en servicio del Cuerpo, que apenas llegaba a la quincena. Finalmente, fueron 21 los aspirantes que ingresaron en aquella oposición que comenzó el 15 de enero de 1921 con un «reconocimiento de robustez física» y finalizó el 28 de abril del mismo año, con la publicación de un Real Decreto en el que se disponía de la relación de aprobados. Varios de ellos alcanzaron con los años un lugar destacado en la historia de la meteorología española y algunos, renombre internacional.
LA GENERACION DEL 21
Los nuevos auxiliares tomaron posesión de su plaza el 1 de mayo de 1921. La lista constaba de los siguientes nombres: Arturo Duperier, Mariano Doporto, Francisco Morán, José María Lorente, Juan Puig, José Domingo Quílez, Valentín Sobrini, José María Mantero, Tiburcio Romualdo de Toledo, Teótico Sevilla, Víctor García Miralles, los hermanos Enrique y Manuel Miquel, Ernesto Simón, Eliseo Nieto, Antonio Chorot, Joaquín Fernández, Luis Rodríguez, German Collado, Andrés Cobo y Domingo Martínez.
Con la perspectiva que da el tiempo cronológico, a aquella promoción se le puede atribuir la condición de «generación» y no precisamente por la coincidencia de cifras (21 auxiliares del año 21) sino por la confluencia de varias circunstancias. Casi todo ellos habían nacido cerca del cambio de siglo. El contexto cultural en el que se formaron coincidió con los años de la conocida Edad de Plata de la ciencia española, favorecida por el plan de estudios de Antonio García Alix que potenció especialmente las carreras de ciencias y por la política de becas impulsada por la Junta de Ampliación de Estudios (JAE). Una tercera circunstancia que se añaden a las anteriores, evidencia el escaso interés a priori de muchos de sus miembros por la meteorología. No fueron empujados por ninguna vocación previa, sino que el ingreso en el SME resultó más bien accidental, por razones de conveniencia. El trabajo de Auxiliar de Meteorología ofrecía unas condiciones laborales y un salario fijo atractivos para los jóvenes licenciados o estudiantes de ciencias.
El número uno de la promoción fue Arturo Duperier Vallesa. Nacido en 1896 en Pedro Bernardo (Ávila). Era licenciado en Ciencias Químicas (1916) y Físicas (1919) con premio extraordinario[3]. La necesidad de asegurarse alguna retribución para dedicarse profesionalmente a la investigación científica junto a su mentor Blas Cabrera Felipe, fue la causa que le condujo a preparar estas oposiciones. Tres años después de su ingreso en el SME, obtuvo el grado de doctor con una memoria titulada «Estudio termomagnético del agua, algunas disoluciones y algunas sales sólidas paramagnéticas», materia muy alejada de la meteorología. Años después, siendo meteorólogo y catedrático de Geofísica en la Universidad Central, fue nombrado jefe de la sección de Investigaciones Especiales de Meteorología. De esta forma, gracias al SME, Duperier pasó de ser un colaborador de Blas Cabrera a tener colaboradores a su cargo. Fue comisionado para realizar varias estancias en el extranjero, destacando especialmente el viaje que hizo en 1934 a Berlín donde conoció al profesor Kolhörster, pionero en la investigación de los rayos cósmicos, experiencia que marcó su etapa posterior. En 1933, Duperier se había interesado por el proyecto de ascensión a la estratosfera que preparaba el aviador Emilio Herrera, para el que había previsto elevarse con una escafandra especial (precursora del posterior traje espacial de la NASA). Herrera confiaba obtener, entre otras, evidencias experimentales a esa altura de la radiación cósmica.

La Guerra Civil obligó a Duperier a exiliarse en 1938 a Inglaterra donde adquirió fama mundial por sus investigaciones sobre la radiación cósmica en la Universidad de Mánchester y en el Imperial College de Londres. Regresó a España en 1953, en unas circunstancias poco acordes con su prestigio internacional, falleciendo prematuramente en 1959.
En el portal de la modesta vivienda que Duperier ocupó a su regreso a España, situada en la calle Virgen del Portillo 37, se conserva una placa con una inscripción a guisa de epitafio: «En esta casa vivió y murió el ilustre sabio en rayos cósmicos D. Arturo Duperier Vallesa»[4].
Mariano Doporto Marchori obtuvo el segundo puesto de la promoción. Aún era un estudiante de 19 años en la facultad de Ciencias de la Universidad Central cuando ganó las oposiciones. Nació en Cáceres, capital en la que su padre ejercía de topógrafo. En 1924 obtuvo el grado de licenciado con Premio Extraordinario. Sus primeros años en el SME transcurrieron en la sección de Predicción cuyo jefe era Nicolás Sama. Su primer trabajo «Las lluvias orográficas. Aplicaciones a la Sierra de Grazalema» puede ser considerado un lejano antecedente de lo que hoy en día se denomina meteorología de mesoescala. En 1927 pidió la excedencia en el SME al ser nombrado por oposición director del Observatorio de Igueldo (San Sebastián) que dependía de la Diputación Foral donde realizó una destacada labor[5]. Durante la Guerra Civil reingresó en el Servicio meteorológico republicano y poco antes de su final, leyó su tesis doctoral titulada «Turbulencia dinámica de la atmósfera en Barcelona» en la universidad de la ciudad condal bajo supervisión de Eduard Fontserè.
Al igual que Duperier, Doporto se vio obligado a emprender el exilio. Contratado por el Servicio meteorológico irlandés en 1939 como predictor en Foynes, y luego trasladado a la oficina central en Dublín, mostró sobradamente su valía científica y técnica, hasta el punto de ser propuesto como director del Servicio en 1948, a pesar de no ser de origen irlandés. Doporto ocupó esta responsabilidad hasta su fallecimiento repentino en 1964. Todavía tuvo tiempo de volver a visitar la ciudad donde estudió y comenzó su carrera profesional, cuando, como director del Servició meteorológico irlandés, asistió en Madrid a la reunión de la Asociación Regional europea de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en 1960[6].

El tercer puesto de los nuevos auxiliares recayó en Francisco Morán Samaniego. Nacido en Zamora en 1901, superó las oposiciones, al igual que Doporto, cuando aún era alumno del segundo curso de Ciencias, estudios que inició tras una frustrada incursión en Medicina. En 1926 obtuvo su grado de licenciado. Su verdadera vocación era la astronomía, motivo por el cual contempló durante bastante tiempo la posibilidad de preparar las oposiciones de astrónomo del Observatorio de Madrid aun llevando algunos años en el SME. Sin embargo, el cumplimiento del servicio militar obligatorio y el posterior ascenso a meteorólogo en 1929 desvanecieron sus intenciones iniciales. En sus primeros años como funcionario del SME, realizó dos estancias en Alemania (1927-1928 y 1933-1934) donde conoció los grandes avances que se sucedían en la física del aire en la Universidad de Berlín, asistiendo a las lecciones de grandes maestros como Erwin Schrödinger, Albert Defant o Heinrich von Ficker, herederos del legado de Wilhelm von Bezold. Allí coincidió con el notable geofísico Hans Ertel, entonces estudiante como él, con el que años más tarde le unió una gran amistad, además de un fecundo intercambio científico del que la meteorología española se vio claramente beneficiada.
El verdadero interés de Morán se orientó al estudio de la meteorología a la luz de las leyes físicas, motivo por el que es considerado como padre de la física del aire española. Simultaneó su puesto de jefe de investigación del SMN con la cátedra de Física del Aire en Madrid que obtuvo en 1948. El difícil contexto histórico (Guerra Civil y Segunda Guerra Mundial) retrasó la publicación de sus trabajos. A ello habría que sumarle su a veces excesiva modestia, pues de alguna forma él mismo inhibió la importancia de su obra científica. Una notable excepción fueron sus «Apuntes de Termodinámica de la Atmósfera» (1944), que ha sido un texto fundamental de estudio y formación para varias generaciones de estudiantes y graduados, tanto en España como en otros países[7].

José María Lorente es otro de los grandes nombres de esta generación. Precisamente fue el impulsor del Calendario Meteorológico que el lector tiene en sus manos. Nació en 1891 en la madrileña Puerta del Sol, curiosamente la misma fecha que años después la OMM declaró como Día meteorológico mundial[8]. Cursó la carrera de Ciencias (sección de Matemáticas) con brillantes calificaciones y obtuvo el grado de doctor bajo la dirección del matemático Julio Rey Pastor, con una memoria titulada «Biografía y análisis de la figura de Pedro Sánchez Ciruelo», un destacado matemático del siglo XVI[9]. Todo apuntaba a que su destino iba a estar vinculado a la docencia. Sin ir más lejos, previamente había sido auxiliar de la cátedra de Ciencias en los institutos de Toledo y Cardenal Cisneros de Madrid. Sin embargo, la escasez de oportunidades le llevó a preparar estas oposiciones. Su primer destino en el SME fue en la Oficina Central, en la sección de Climatología. Poco tiempo después, tras un breve paréntesis en el Observatorio de Izaña, regresó como jefe de la sección de la Biblioteca cuando aún era auxiliar. Fue el primer miembro del SME en disfrutar de un viaje de estudios a Alemania gracias a la JAE en el curso 1927-1928. Durante su estancia en el Observatorio de Lindenberg, cuna de la aerología, conoció el servicio de protección de vuelos alemán (lo que actualmente se denomina Servicio meteorológico aeronáutico). Además de impulsar la Biblioteca del SME, que dirigió hasta su jubilación y convertirse en el mayor divulgador y promotor de las aplicaciones de la meteorología, Lorente fue el pionero, junto con Pío Pita, de la meteorología aeronáutica en España.

Otro nombre destacado, que se une a los anteriores, es el de José Domingo Quílez. Nacido en Calatayud en 1903, ingresó en el SME cuando tenía 18 años y al poco de lograr su grado de bachiller. Fue destinado al aeródromo de Armilla (Granada) y, posteriormente, a Zaragoza. Sus primeros años como auxiliar los compaginó con sus estudios en Ciencias en las universidades de Granada y Zaragoza. En 1929 ascendió a meteorólogo con la presentación de un trabajo titulado «Sobre un periodo de unos 24 meses en la fluctuación de las precipitaciones en Zaragoza», donde aplicaba un método empleado por el meteorólogo sueco Axel Wallen para investigar las periodicidades de la lluvia en Suecia que usó para hacer predicciones del nivel de los grandes lagos con varios meses de antelación[10]. No cabe duda de que la estrecha relación entre el Centro Regional del SME en Zaragoza y la Confederación Hidrográfica del Ebro suscitó el interés de Quílez por este tipo de estudios. Por este motivo, podría considerársele un pionero de lo que actualmente se conoce como predicción estacional. Este trabajo fue el embrión de su posterior tesis doctoral «La turbulencia atmosférica y la evaporación de grandes masas de agua», que culminó en 1932 bajo la dirección de Juan Cabrera Felipe, hermano del ilustre físico[11]. Los hermanos Cabrera (Blas y Juan) apadrinaron curiosamente a dos miembros de esta generación de 1921 (Duperier y Quílez). En abril de 1933, con apenas 30 años, obtuvo por oposición la cátedra de Física Teórica y Experimental de la Universidad de Sevilla, pero ocupó la de la Universidad de Granada que había quedado vacante y solicitó la excedencia en el SME. La Guerra Civil precipitó su marcha a Barcelona y después su exilio en Francia donde falleció prematuramente en 1939.
Por mor de la brevedad de este artículo, no se mencionan pormenorizadamente a otros miembros de la promoción, que reunieron méritos notables. Así, destacó también Juan Puig Tomás, nacido en 1897 en Girona y licenciado en Física y Exactas por la Universidad de Barcelona. A la finalización de la Guerra Civil fue detenido y encarcelado. Años después se exilió a Puerto Rico donde fue profesor de la universidad, falleciendo a su regreso a Madrid en 1972. Por su parte, Germán Collado fue otro de los auxiliares con pasado en la investigación científica. Era amigo de Duperier y colaborador del grupo de investigación de Blas Cabrera en el Instituto Nacional de Física y Química. Su primer destino en el SME fue el Observatorio de Gijón. También merece ser citado Joaquín Fernández Campa, quien destacó curiosamente por su vertiente artística. Su destreza le ayudó a reproducir algunos meritorios esquemas de tipos de nubes que empleó Lorente a su regreso de Alemania[12]. Otros como José María Mantero o Eliseo Nieto fueron claves en el desarrollo territorial posterior del Servicio Meteorológico Nacional y algunos incluso en la política, como Teótico Sevilla, que fue gobernador de Santander y Vizcaya durante la República, hecho que le costó ser apartado del Servicio meteorológico después de la guerra, o Tiburcio Romualdo de Toledo, quien ocupó importantes cargos en la dictadura de Primo de Rivera y tiempo después, en los primeros años del franquismo.
UN LEGADO IMPERECEDERO
Un colectivo de jóvenes universitarios, exentos de cualquier prejuicio en cuestiones meteorológicas y que superaba en número al anterior personal técnico estaba predestinado a dejar huella en el SME. En 1921, las jefaturas de las distintas secciones estaban ocupadas por funcionarios ingresados en la primera década del siglo. Por su parte, la dirección la ocupaba, por norma, un ingeniero geógrafo militar. Con la marcha de Galbis ese mismo año, le sucedieron Juan Cruz Conde y, posteriormente, Enrique Meseguer. Desde entonces, varios de aquellos jóvenes constataron un cierto anquilosamiento en la labor operativa del SME, un tanto alejada de las nuevas técnicas que ya se estaban poniendo en práctica fuera de España. Parecía que el auge que la organización había logrado con Galbis se había atenuado, permaneciendo anclada en una especie de zona de confort. La costumbre parecía haberse impuesto a la innovación.
Varios de los auxiliares de 1921 cursaron la asignatura de Meteorología del doctorado en la Universidad Central, impartida por Francisco Cos Mermería, astrónomo del Observatorio de Madrid, de vasta erudición y muy al día en el empleo de metodologías físico-matemáticas en el campo de la meteorología como ciencia aplicada, hecho que le forjó un gran prestigio entre sus alumnos. Sin lugar a dudas, Cos fue el «padre científico» de la generación de 1921. Una consecuencia de ello fue el interés de algunos de sus alumnos como Duperier, Morán o Lorente por ampliar sus estudios en el extranjero y particularmente en Alemania.
En 1927, se creó la Sociedad Española de Meteorología (SEM). Con ello, se sustanció de forma muy especial la ambición de reforzar el conocimiento y las aplicaciones prácticas de la meteorología española como se hacía en otros países. El «ambiente propicio al cultivo de los estudios meteorológicos en España, favorecidos por la mejora e innovaciones en la Meteorología oficial y por el creciente progreso con que en otras naciones se desarrolla esta misma labor»[13] fue el afortunado contexto que alentó su fundación. Aunque formalmente su presidencia y vocalías fueron ofrecidas al director del SME y a varias personalidades científicas, la generación del 21 fue la verdadera artífice de su creación y la impulsora de sus múltiples actividades. Durante su corta vida (1927-1930), la SEM organizó periódicamente reuniones internas, charlas científicas públicas e incluso esbozó algunos proyectos interesantes, como la creación de un diccionario meteorológico, a imitación de los glosarios ya publicados por la Royal Meteorological Society y otras sociedades meteorológicas en las que se inspiraba. Sin embargo, su principal esfuerzo y por lo que se recuerda principalmente a la SEM, fue su revista bimensual Anales. Aunque solo se publicaron 16 números, desde febrero de 1927 hasta agosto de 1929, pronto se erigió como el principal medio de transmisión del conocimiento meteorológico en España. La recopilación de material y su cuidada edición acarrearon una ingente labor que fue asumida por los jóvenes miembros de la generación de 1921, primeramente por Mariano Doporto y, cuando tuvo que alejarse de Madrid por haber sido nombrado director del Observatorio de Igueldo, por Enrique Miquel. En el comité de redacción también figuraba Duperier.

Aparte de sus crónicas sobre acontecimientos meteorológicos (nombramientos, apertura de nuevos observatorios, etc.), reseñas bibliográficas de libros o revistas del extranjero, etc. el contenido más importante de los Anales fueron sus artículos científicos. Se publicaron un total de 71. De ellos, 33, casi la mitad, llevaron la firma de los auxiliares de 1921, la mayoría de los cuales tenían menos de 30 años.
Mientras tanto, parte de aquella generación fue desplegándose por los nuevos observatorios y centros meteorológicos: La Coruña, Sevilla, Gijón, Tarifa, Málaga, Alicante, Almería, Bilbao, Granada, Larache, Melilla y Zaragoza. Esta última ciudad tuvo el honor de albergar en 1927 el primer Centro Meteorológico Territorial, llamado entonces «de la Cuenca del Ebro» que además estuvo bajo la dirección de dos de los miembros de la promoción de 1921: Quílez y García Miralles[14]. Otros de sus compañeros, crearon tradición y escuela en diversos puntos de España y promovieron el ingreso de nuevas generaciones en el Servicio.
El impulso de la meteorología y, por ende, del SME que se estuvo forjando durante la década de los años 20, así como el prestigio de algunos de los miembros de la generación de 1921, influyeron para que, más tarde, en el nuevo reglamento del 1 de julio de 1932 se asignara a un meteorólogo la capacidad de ocupar la Jefatura del SME, que acabó recayendo en Nicolás Sama. De no haber mediado la Guerra Civil, probablemente alguno de los auxiliares de 1921 le habría sucedido en esta responsabilidad.
ALGUNAS CONCLUSIONES
La generación del 21 podría considerarse como el hito más importante en la historia del Servicio meteorológico en España desde su institucionalización en 1887. Las tres ideas más importantes que la singularizan son las siguientes:
- Elemento dinamizador de la meteorología española:sin el concurso de los miembros de la generación del 21 no podría entenderse el nacimiento de la física del aire española. La impronta científica de sus trabajos y el trascendental papel que jugaron en la creación de la SEM dieron un importante impulso a la meteorología en España que, hasta la fecha, se hallaba ajena a los avances científicos que se estaban sucediendo.
- Accidentalismo: la mayoría de sus miembros se incorporaron a la meteorología por conveniencia, sin ser atraídos por una vocación previa. El desempeño como auxiliar de meteorología despertó su interés por las condiciones laborales que ofrecía. Sin embargo, el hecho de que muchos de ellos fueran personas de gran capacidad, y permanecieran en el organismo con un creciente interés por la meteorología y sus aplicaciones, redundó de forma muy acusada en beneficio del Servicio meteorológico.
- Trayectorias estragadas por la Guerra Civil:la generación del 21 fue especialmente maltratada por las consecuencias del conflicto bélico. Figuras como Duperier, Doporto, Quílez, Puig o Collado se vieron obligados a emprender el incierto camino del destierro. Otros, como Sevilla, que fue dado de baja, García Miralles o Sobrini, sufrieron severos procesos de depuración por motivos políticos. Por su parte, Morán representó uno de esos casos de «exilio interior», situación que, a pesar de aceptar con resignación la realidad surgida tras la guerra, su trayectoria científica no se vio especialmente beneficiada.
Un halo de aquella generación de hace cien años sigue presente en la actualidad. Lo evidencian la prolija base teórica requerida para acceder a los cuerpos de meteorología que alentó Morán, el interés por las aplicaciones prácticas y la divulgación que legó Lorente, el asociacionismo que renació con la nueva Asociación Meteorológica Española (AME) creada en 1964 y muchos otros detalles, incluso en pequeñas cuestiones tan puntuales como la identificación de la sierra de Grazalema como el punto más lluvioso de España, por encima de Galicia, cuestión que abordó Doporto. Aquellos tiempos han legado un espíritu de colaboración y compañerismo dentro del Servicio meteorológico que no ha sido siempre correspondido por direcciones a cargo de personas ajenas al organismo. Buena parte de todo ello se lo debemos a esta promoción de auxiliares de meteorología a la que la historia ha otorgado merecidamente la condición de Generación del 21.
[1] Galbis afirmó que «Los Centros Regionales deberán estar enclavados en zonas para las cuales hagan sus predicciones y tengan próximos los medios de comunicaciones telegráficas, telefónicas y de todas clases». Esta cita fue reflejada por Alfonso Ascaso Liria en una colaboración titulada «El Centro Meteorológico del Ebro» para el Calendario Meteorológico de 1984.
[2] Gaceta de Madrid (6-7-1920).
[3] Una obra de referencia sobre Duperier: Arturo Duperier, mártir y mito de la ciencia Española (2005). González de Posada y Bru Villaseca. Diputación de Ávila. Institución Gran Duque de Ávila.
[4] Después de su muerte, Duperier recibió multitud de homenajes que podrían haberse sustituido en vida por la restitución de su laboratorio, donado por los británicos, que estuvo retenido en la frontera hasta su fallecimiento. El aula magna de la facultad de Ciencias Físicas fue bautizada como Aula Duperier. En el distrito Fuencarral-El Pardo de Madrid, hay una calle que lleva su nombre y en la plaza de su pueblo, Pedro Bernardo, se erigió un busto, quizá el único monumento en España dedicado a un meteorólogo o geofísico.
[5] Anduaga, A (1998): Biografía científica del físico y meteorólogo español Mariano Doporto Marchori (1902-1964). Llul, Vol. 21. Páginas 7-32.
[6] Palomares, M (2003): Mariano Doporto, un español director del Servicio Meteorológico irlandés. Calendario Meteorológico 2003, INM, págs. 255-257.
[7] A lo largo de este año, se publicará una extensa biografía sobre Francisco Morán Samaniego, elaborada por los autores del presente artículo.
[8] Linés Escardó, A. (2003). Semblanza de José María Lorente. Boletín de la AME. Número 1. Etapa 5. Julio de 2003. Páginas 16-18.
[9] Lorente Páramo, M. T. (2019)Meteor. Manuscrito, 87 páginas.
[10] Expediente de José Domingo Quílez, conservado en AEMET.
[11] Domínguez, I., Valdivia, C., Morente, C., Olea, O., Sales, J. e Hidalgo, R. (2019). El meteorólogo José Domingo Quílez (1909-1939): Un caso de investigador en la periferia. Llul, Vol. 42. Núm. 86.
[12] Conferencia sobre el servicio aerológico alemán: «presenta el conferenciante [Lorente] un esquema de todas las nubes, trazado por el doctor Kopp de Lindenberg, y del que ha obtenido una reproducción maravillosamente artística, el especialista en estos trabajos de nubes, D. Joaquín Fernández Campa». Aérea (número 69, abril de 1929).
[13] Anales de la SEM. Volumen I, Número 1. Enero-febrero de 1927. Página 5.
[14] Guía Oficial de España del año 1922. Página 779 (Biblioteca Nacional de España) y archivos de AEMET.