Por Manuel Antonio Mora García. Meteorólogo del Estado. Delegación Territorial de AEMET en Castilla y León.
Las obras pictóricas del Museo del Prado anteriores al siglo XVI tienen un carácter fundamentalmente religioso, donde el paisaje, en caso de representarse, consistía en cielos despejados, incluso con coloraciones ilusorias alejadas de la realidad, como en esta obra del Maestro de la Madonna della Misericordia, del siglo XIV, donde el cielo aparece dorado. En ella se representan dos escenas de la vida de San Eloy, que era de profesión orfebre y platero del rey Clotario.
También aparece el cielo dorado y sin nubes en esta obra de autor desconocido, ya del siglo XV, donde se representa la crucifixión de Cristo. En la pintura gótica aún no se aplicaban las leyes de la perspectiva y las proporciones no se mantenían, por tanto el espacio representado no es real. El tamaño de las figuras no dependía de la lejanía, sino de su jerarquía.
Una característica común de estos cielos dorados es que están despejados, sin nubes, como en esta obra de Pedro de Berruguete que representa la resurrección de Cristo.
Durante el siglo XV algunos autores aplican a sus obras mayor realismo. En las escenas centrales de este óleo de autor desconocido, que corresponden a la Crucifixión de Cristo y la Virgen con el niño, observamos como fondo sendos paisajes con montañas y cielos que cobran mayor realismo, donde observamos sendas capas de nubes medias (altoestratos) sobre el horizonte.
En esta tabla de Pere Espalargues cuyo tema es la Crucifixión de Cristo, observamos un cielo azul sin nubes.
Igualmente el artista Colart de Laón, representa a Cristo orando en el huerto bajo un cielo azul estrellado, cuyo color azul ultramar se debe al polvo del preciado mineral lapislázuli.
Las nubes comienzan a tomar protagonismo durante el siglo XV, en esta obra de Nicolás Francés, cuyo tema es Cristo ante Pilatos, a través de un arco ya se observan unos cúmulos.
El museo del Prado dispone de varias obras del misterioso pintor flamenco Robert Campin, identificado como el Maestro de la Flamelle y fundador de la escuela flamenca junto a Rogier van der Weyden y los hermanos van Eyck. Pintor minucioso, que cuida todos los detalles, entre ellos las nubes. Sus representaciones de cúmulos son de gran realismo (como ya vimos en el capítulo dedicado a los rayos, analizando la obra “Santa Bárbara”). En esta tabla se representan dos escenas, a la izquierda el milagro de la vara, por el que se designa a José como esposo de María. En el interior del templo se encuentran los distintos representantes de las tribus de Israel portando varas, pero la única que florece milagrosamente es la vara de José, como se observa en la parte inferior izquierda. A la derecha se representa la escena de los desposorios, con José sujetando en su mano izquierda la vara florida. En el cielo se observa nubosidad de evolución diurna, pero no podemos distinguir si se tratan de Cumulus mediocris o congestus, ya que los edificios impiden apreciar correctamente sus dimensiones verticales.
Detalle de la esquina superior derecha donde se aprecia la nubosidad.
Ese detallismo también se aprecia en el trabajo del Maestro de las Horas Collins, donde se representan Altocumulus castellanus en este tríptico con pasajes de la vida de Cristo.
Detalle superior de la tabla central, donde se observa la nubosidad.
El paisaje continúa adquiriendo cada vez mayor protagonismo en las obras del siglo XV, y en consecuencia el cielo y las nubes representadas ocupan más espacio en las obras y muestran mayor realismo, como se observa en esta obra de Dirk Bouts. Aparecen distintas escenas de la vida de la Virgen María, bajo un cielo azul en el que se distinguen algunas nubes de tipo cúmulos. El color blanquecino del cielo próximo al horizonte, debido a la acumulación de polvo u otras partículas en la capa límite atmosférica (dispersión de Mie), contrasta frente al fuerte color azulado del aire puro de niveles más altos (dispersión de Rayleigh)
En esta obra atribuída al taller de Van der Weyden, la línea del horizonte tan baja permite representar una gran porción del cielo, en la que aparecen Cumulos congestus.
Con la llegada del Renacimiento se perfeccionó el uso de la perspectiva en los cuadros. Andrea de la Mantegna, dominador de esta técnica, como se aprecia en su obra maestra “El tránsito de la Virgen”, representa los últimos instantes de vida terrenal de la Virgen, acompañada de los apóstoles, en una ambiente solemne y circunspecto. Sobre la vista del lago de Mantua se aprecian stratocumulus vesperalis, que parecen unirse al trágico desenlace que se avecina, extendiéndose horizontalmente y disipándose gradualmente al final de la tarde, tras cesar las corrientes verticales convectivas que dieron lugar a los cúmulos durante el día, de forma similar a lo que ocurre con la vida mortal de la Virgen. La denominación vesperalis, recogida en la edición del atlas internacionale de nubes de la Organización Meteorológica Mundial (1930), no aparece en la actual. Por tanto, su denominación es stratocumulus cumulogenitus.
En este paisaje del siglo XVII del italiano Grimaldi se observa este tipo de nube que se forma al atardecer, cuando cesa el calentamiento solar y se interrumpen las corrientes verticales que forman las protuberancias de los cúmulos, comenzando a estratificarse progresivamente y a mezclarse con el ambiente hasta desaparecer.
Como característica común de las obras pictóricas previas al siglo XVI podríamos destacar el predominio de cielos despejados o poco nubosos, en consonancia con la bonanza del tiempo durante el final del Optimo Climático Medieval, como sugiere Burroughs. Es a partir del siglo XVI cuando aparecen los grandes paisajistas flamencos y son numerosas las obras con celajes cubiertos con gran variedad de nubes, desapareciendo prácticamente los cielos despejados, además de los paisajes nevados y helados que ya analizamos en el artículo correspondiente a la Pequeña Edad de Hielo.
En las próximas entregas analizaremos los distintos géneros de nubes que aparecen en esta grandiosa pinacoteca, que completarán las nubes descritas en anteriores capítulos.
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