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¿Por qué he viajado a la Antártida?

Desembarco en Byers

Coincidiendo con la puesta en marcha de la nueva campaña antártica, el meteorólogo de AEMET Manuel Bañon nos explica su experiencia personal tras haber participado en 11 campañas y haber dedicado parte de su actividad laboral a este lugar remoto del planeta.

Manuel Bañon
Meteorólogo de AEMET

Implícitamente, se entiende que participar en estas campañas es un premio que te permite hacer un tipo de turismo VIP a cambio de unos trabajos relativamente suaves. Nada más cierto y más falso a la vez. Nos permite disfrutar y padecer en unos lugares especiales, a los que poca gente tiene acceso, pero a cambio de esfuerzos personales importantes.

He participado presencialmente en 11 campañas y he vivido prácticamente 26 ó 27 años con parte de mi actividad laboral dedicada a la Antártida. En estas campañas, que deben sumar unos dos años de estancia antártica, he disfrutado o padecido todo tipo de experiencias. Las ha habido muy largas, de más de tres meses, muy cortas, de 15 ó 20 días, en barco en una ocasión, en campamento en tres ocasiones, y la mayoría de la veces en el ambiente de confort relativo de una base antártica. Nunca hay horas muertas, excepto en los periodos de viaje de la travesía en barco. Estos suponen un mínimo de tres días y esas horas muertas y de posible aburrimiento por falta de trabajo, se pueden compensar de dos formas, bien por estar absolutamente derrumbado en una litera, incapaz de comer ni beber, bien disfrutando de la visión de un mar, habitualmente bastante movido, y el vuelo de los magníficos albatros y petreles que viven en la zona.

Cuando se llega a tierra y se comienza la actividad profesional ya no hay tiempo para aburrirse. El expedicionario entra en una cadena de continua de pequeñas ocupaciones que le llevan todo el tiempo del día. En la apertura de base hay que ayudar a todos los compañeros, montar el observatorio (al cierre dejarlo listo para la invernada), comprobar comunicaciones, realizar los servicios de limpieza y domésticos que corresponden a cada miembro del grupo y participar en las tertulias que se suelen improvisar alrededor de las comidas. Perdonadme la incorrección política de añorar esas tertulias de fumadores, ahora que soy ex fumador, refugiándonos del viento en el exterior de los módulos y entre los montones de nieve. Frías de temperatura y tremendamente cálidas de sentimiento.

Cualquier actividad que se realice en la Antártida conlleva un tiempo bastante superior al que se requiere en nuestra vida normal. No cunde el trabajo y hay que vestirse y desvestirse, calzarse y descalzarse muchas veces al día. Pero siempre queda un rato para apuntarse a una pequeña excursión en zodiac o al glaciar algún domingo. Y cuando esa salida se completa con una visita de cortesía a nuestros amigos búlgaros en su cercana base o coincides en el mar con una manada de ballenas, el disfrute es tan completo que no se olvida.

No es lo mismo la vida en el campamento Byers. Dormir en tienda, carecer de agua, descansar en una silla de plástico tras un duro día pateando entre la nieve y el barro y disfrutar de un calefactor en algunos contados momentos, no es lo más parecido a unas vacaciones. Y si a ello añadimos el no poder dejar un solo residuo en el lugar, incluyendo los orgánicos que generamos, resulta bastante incómodo. Esto resulta recompensado por la excelente compañía de la que se disfruta, los maravillosos paisajes que se observan cuando no lo impide la niebla, la lluvia o la nieve y el excelente entrenamiento físico que te permiten la buenas caminatas que hay que hacer, cargado como un burro.

Claro, que cuando llegamos a casa y contamos a amigos y familia nuestras vivencias allá abajo, no se corresponden con las espectaculares fotos que hacemos o, más exactamente, hacen algunos. La explicación es fácil: las fotos que traemos son siempre realizadas en los ratos buenos, en los que tenemos tiempo para sacarlas y la meteorología nos lo permite. Los malos momentos, cuando uno está helado trabajando debajo de la lluvia o paleando nieve como un burro no hay tiempo para fotos.

Y ahora os debéis preguntar, después de lo que cuentas, ¿por qué repites la participación en las campañas?

Supongo que en esto habrá una componente masoquista, pero vivir en aquellos lugares, contemplar esos paisajes, emocionarse cuando alguien avisa por la radio de que hay ballenas en la bahía, sólo es posible allí. Conocer a los mejores profesionales en las diversas profesiones y especialidades que allí concurren, sólo es posible allí. Saber que si existen problemas en el trabajo, todo depende de tu capacidad e iniciativa para resolverlos, es algo con lo que hay que contar allí. Apreciar las pequeños placeres de los que no somos conscientes en nuestra civilizada vida y en aquellas circunstancias nos resultan extraordinarios y hacer algunos amigos para toda la vida tras un mes de convivencia, también es un fenómeno antártico.

Creo que la conclusión más importante que sacamos profesionalmente es el valor de un dato. Lo que cuesta económicamente y desde el punto personal. Parece una tontería, pero el compañero que sólo ve el resultado final del dato elaborado y transcrito a un mapa no es consciente de lo que hay detrás y del esfuerzo de muchas personas para conseguirlo, sea en la Antártida o en la selva amazónica, como lugares extremos, pero también en el pequeño observatorio de un pueblo de nuestro país o de cualquier aeropuerto.

Faltaría hablar de la evolución de la vida en la Antártida. Yo llegué en la época de las llamadas por radio, cuando era posible, y los inicios de la informática para usuarios, ahora estamos en la era del whatsapp y de los PCs y de los smartphones. Pero otro día tocaremos esos temas.

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