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LA MÚSICA Y EL TIEMPO

De Miquel Ballester Cruelles

Rescatamos un artículo del calendario meteorológico de 1945  sobre la música y el tiempo, al que, gracias a las nuevas tecnologías, podemos añadir la música a la cual el autor se refiere en este artículo.

Hay en la vida del hombre una serie de reacciones y actividades ligadas directamente al mundo natural. Sin duda alguna no somos indiferentes al tiempo. El frío nos anima; se ha comprobado que el máximo de ocurrencias ingeniosas tiene lugar en el mes de mayo; es manifiesta la acción del paso de una superficie de discontinuidad, etc., y en general hay siempre una reacción más o menos sensible a la Naturaleza. Algunos como Helmoltz, Rudder, Hellpach, han estudiado este aspecto psicológico de la Meteorología, no calificable de patológico, puesto que lo dicho sucede con personas robustas, normales.

No hay necesidad de perseguir el alcance que pueda esto tener allá en lo más recóndito del complejo humano. Una serie de impresiones derivadas del mundo natural, impresiones de majestad, poder, paz, temor, belleza, etc., serán semejantes o, por lo menos, función de las que pertenecen a un dominio más puro, inmaterial, de las emociones estéticas; en particular, para el caso de la música, susceptibles de desarrollo y exposición.

He aquí algunas de esas manifestaciones artísticas.

Es universalmente conocido el último tiempo (“Tempestad”) de la Sinfonía VI, “Pastoral”, de Beethoven; en ella “…cuatro incidentes distintos retratan fielmente no sólo las primeras gotas de lluvia y el trueno lejano, sino toda sensación de depresión y temor que ello nos inspira” (D. F. Tovey). Ahí el músico se sirvió de una escena meteorológica para escribir una bella página musical, o bien utilizó los recursos orquestales para trasladarnos a la majestad de un fenómeno natural, proposición que no excluye a la primera.

 

Recordemos otros compositores. Desde los clásicos, cuyos recursos descriptivos eran escasos o nulos, hasta los recientes “impresionistas”, cuya gama de elementos disponibles (y permitidos) es extensísima, se han reproducido innumerables veces en el pentagrama temas de esa índole. Algunas canciones, como “El invierno” de Lully –que se interpreta por medio de una técnica vocal intermitente–, comunican la sensación de temblor al auditorio.

Los villancicos navideños imprimen un ambiente muy a la par con la nevada exterior.

Hændel, el autor inmortal de los “Oratorios”, incluye en su “Israel en Egipto” el fragmento coral “Hailstone” (granizo).

Chopin escribe en Mallorca su preludio número 15 de “La gota de agua”, en donde la repetición de una misma nota durante la obra refleja la monotonía de la lluvia.

 Wagner introduce nueva técnica, logrando en “El buque fantasma”, “Walkyrias”, etc. reproducir cuadros atmosféricos de notable realismo; en “Siegfried” nos traslada con aquella alegría campestre del “Canto del pájaro”, una situación meteorológica bonancible.

Diversas son también las manifestaciones de un mismo estímulo. Alguien ha dicho que “El mar” de Debussy cabe en una palangana; su carácter “…suave, riente, tranquilo, del que se ha alejado para siempre la tempestad, del que ha huido el riesgo porque nadie lo cruza ni hay proa que lo hienda…” (Diversas son también las manifestaciones de un mismo estímulo. Alguien ha dicho que “El mar” de Debussy cabe en una palangana; su carácter “…suave, riente, tranquilo, del que se ha alejado para siempre la tempestad, del que ha huido el riesgo porque nadie lo cruza ni hay proa que lo hienda…” (V. Espinós )

contrasta con el impresionante mar del “San Francisco sobre las aguas”, de Listz, que parece invadir  tierra firme.

Del mismo Debussy no podemos omitir en este lugar sus “Nuages”, “Le vent dans la plaine”, etc, fieles retratos de accidentes atmosféricos. Citemos también el “Concierto de estío”, de nuestro Rodrigo, en cuyo último tiempo el realismo es tan tangible que el público, materialmente, se achicharra. La relación se haría interminable; el lector recordará otras tantas obras que aquí deliberadamente omitimos.

La relación se haría interminable; el lector recordará otras tantas obras que aquí deliberadamente omitimos.

 

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