Por Rubén del Campo
AEMET, Observatorio Atmosférico de Izaña
Quiero hablar de un fenómeno bastante habitual y muy bonito: el arcoíris, ese semicírculo de colores que muchas veces acompaña a la lluvia y que ha fascinado al ser humano desde sus albores, como lo demuestra la gran cantidad de nombres populares que se le han otorgado.
En el «Atlas de nubes y meteoros» de Gallego y Quirantes encontramos algunos ejemplos de dichos nombres en España: «arco de la vieja» en zonas de Galicia y el archipiélago canario, «arco de San Juan» en zonas del Alto Aragón y regiones cercanas, «arc de Sant Martí» en Cataluña, e incluso «faja de Dios» en algunas comarcas de la Comunidad Foral de Navarra.
La Organización Meteorológica Mundial, quitándole romanticismo al asunto, define arcoíris como un «grupo de arcos concéntricos, mostrando colores que van desde el violeta hasta el rojo, producidos en la atmósfera sobre una pantalla de gotas de agua (gotas de lluvia, gotitas de llovizna o de niebla) fundamentalmente por refracción y reflexión de la luz procedente del Sol o de la Luna».
Para poder observar el arcoíris han de coincidir algunos factores básicos. En primer lugar, tiene que estar produciéndose precipitaciones, generalmente en forma de lluvia o llovizna frente a nosotros. Por otro lado, debemos estar situados de espaldas al sol y los cielos no han de estar totalmente cubiertos, de manera que brille el «astro rey» y su luz alcance la cortina de precipitación. También es importante que el sol no esté elevado más de 42º sobre el horizonte.
El arcoíris se forma cuando la luz procedente del sol atraviesa las gotitas de agua. En su interior se producen fenómenos de reflexión y de refracción que descomponen la luz blanca en los colores que habitualmente podemos ver y que en general se acepta que son siete. Sin entrar en el fondo de la cuestión, podemos decir que la luz blanca está formada en realidad por una combinación de colores, a cada uno de los cuales les corresponde una longitud de onda. Las gotitas de agua refractan (es decir, desvían) cada una de estas longitudes de onda con un ángulo ligeramente distinto y por eso la luz blanca se convierte en esa especie de abanico de colores, tal y como podemos ver en este pequeño dibujo esquemático:
Seguramente cualquiera de nosotros haya visto muchos arcoíris formados sobre una pantalla de lluvia, pero no son los únicos: hay algunos arcoíris que se proyectan sobre la niebla o sobre nubes lejanas. Y aunque en estos casos los colores aparecen de manera más tenue, no dejan de ser fenómenos muy bellos, a lo que hay que añadir además la dificultad para observarlos, pues no son tan habituales como los arcoíris proyectados sobre lluvia o llovizna. Aquí tenéis algunas imágenes de arcoíris y fragmentos del mismo que he podido fotografiar a lo largo de este lluvioso otoño del 2014 en Tenerife:
Si volvemos a la definición de arcoíris que daba la Organización Meteorológica Mundial recordaremos que en ella se decía que la luz a partir de la cual puede originarse el fenómeno puede provenir del sol o de la luna. Y es que la luz de nuestro satélite, en determinadas condiciones, también es capaz de producir arcoíris de la misma manera que el sol, aunque mucho más tenues, por supuesto.
Estos ejemplos vistos hasta ahora corresponden a arcoíris formados sobre una pantalla de gotitas de lluvia o de llovizna, pero también pueden formarse arcoíris sobre una pantalla de niebla. En este caso, los colores no aparecen tan marcados porque las gotitas de niebla son más pequeñas que las de lluvia y no consiguen refractar de manera tan intensa los rayos de luz. Pero como ya se ha dicho, son también muy bellos:
No sólo en la niebla pueden proyectarse arcoíris. También en nubes lejanas (al fin y al cabo, la niebla es una nube que se presenta a ras de suelo, generalmente del género Stratus) es posible observarlos, sobre todo en la parte superior de las mismas. En este caso hablaríamos de arcoíris de nube (o «cloudbow»), y también presenta los colores de forma más tenue que los arcoíris tradicionales. Aquí tenemos algún ejemplo:
Pero no es necesario subir a un avión para poder contemplar este tipo de arcoíris. También es posible verlo desde montañas elevadas si por debajo existe nubosidad, aunque es mucho más complicado. En todo caso, estas nubes deberían estar a cierta distancia, porque si se encontraran muy cerca de nosotros tendríamos que hablar de arcoíris de niebla. Este mismo mes de diciembre tuve la suerte de fotografiar un «cloudbow» desde el Observatorio de Izaña. Era la primera vez que veía algo similar en los más de cuatro años que llevo destinado en dicha estación. Por lo tanto, podemos considerarlos muy esquivos.
Esto es todo. Espero que os haya gustado este festival de colores que nos ofrece la Naturaleza gratuitamente.
Espectacular.
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